Durante el mes de octubre, el mes de concientización del Cáncer de Mama, con mi equipo creativo pensamos en hacer publicaciones sobre la lactancia materna y los cambios puberales. La relación que las mujeres tenemos con nuestros pechos está cargada de emociones desde el inicio.
¿Quién no recuerda cuando su cuerpo empezó a mostrar esos primeros botones mamarios entre los 8 y 10 años? La vergüenza, el miedo, la sorpresa al mover los brazos y sentir “eso”; la emoción de usar el primer corpiño. A medida que pasan los años y llega la menarca, aparecen sensaciones de pesadez, dolor, y molestias al acercarse el período, ¡y muchas aún sentimos lo mismo! Luego, alrededor de los 20 años, algunas amigas que no estaban conformes con el tamaño o la forma de sus pechos optaron por cirugía para aumentarlos o reducirlos, no solo para “lucirlos”, sino también para que el espejo reflejara una imagen de feminidad que las hiciera sentir mejor.
Cuando decidimos ser mamás, muchas de nosotras notamos que nuestros pechos fueron el primer signo. Con mis amigas decíamos: “tengo los pechos turgentes y sensibles”, y ya sabíamos lo que significaba: en unos meses llegarían nuestros hijos e hijas. Y ahí, lejos de reconciliarnos con ellos, empezaba todo otra vez.
Recuerdo la experiencia de amamantar a mi primer hijo, Santiago. Fue dolorosa, frustrante y difícil. Recién había terminado mi residencia de pediatría y había hecho cursos de puericultura y consejería materna, así que creí estar preparada. Cuando nació Santi, en 2013, el día se vio empañado por la tragedia de la explosión en la calle Salta 2044. En Rosario, todos recordamos el sonido, la vibración de los edificios, y la conmoción de buscar a los desaparecidos. Fue un momento triste en un día que debería haber sido de pura alegría.
Santi, un bebé bueno y tranquilo, parecía contento. Yo, mamá primeriza y puérpera, creía poder con todo. No nos dimos cuenta de que mis pechos no producían suficiente leche. A los siete días, Santi se deshidrató gravemente y tuvimos que internarlo en la Unidad de Terapia Intensiva Neonatal, donde le salvaron la vida. Gracias al apoyo de los médicos y, sobre todo, de las enfermeras, logramos establecer la lactancia antes del alta. Aunque esos primeros meses fueron muy difíciles, con el apoyo de mi marido, la familia y el pediatra, logramos una lactancia exclusiva hasta los seis meses y continué dándole el pecho hasta que Santi, a los nueve meses, eligió el biberón.
Después de los 30, las historias sobre nuestros pechos y las mujeres que nos rodean se vuelven relatos de lucha, superación o dolorosas pérdidas. No puedo contar cuántas madres, amigas, familiares y conocidas han enfrentado el cáncer de mama. Cada una de esas historias me conmueve, me duele y me hace admirar cómo nuestros cuerpos resisten, a pesar del miedo, del cansancio y del dolor.
Este escrito es mi pequeño homenaje a las luchadoras que han salido victoriosas, a las que aún están en la lucha, y a las que ya no están, pero nos transmitieron esa fuerza que llevamos dentro. Les recuerdo que en este Octubre Rosa es clave visitar al ginecólogo para hacer los estudios necesarios para una detección temprana del cáncer de mama. No te dejes vencer por el miedo.
Hacé tu autoexamen, y ante cualquier duda, consulta inmediatamente.

